A quien se le haya ocurrido inventar los atadillos de langostinos es genio o pervertido. Vamos que habrá sido Gaudí inspirado en los gusanos de seda o alguno que, después de leer 50 sombras de Grey, se puso a hacerle bondage a unas pobres gambas.
Ya sea lo uno o lo otro, los glotones del mundo le agradecemos haberla liado de ese modo porque se trata de uno de esos pinchos que, si no llegas temprano al bar se agota, dejándote colgado como un capullo cuando el camarero te pregunta qué quieres y el bocatita de al lado simplemente no sacia tus instintos más bajos.